Cracovia, anclada en el tiempo

Por Enrique Sancho

Dos antiguas leyendas medievales —o tal vez verídicas historias— ayudan a situarse en la milenaria ciudad de Cracovia, la más emblemática de Polonia, reconocida como Patrimonio de la Humanidad y que fue Capital Europea de la Cultura en el año 2000. La primera de ellas narra la gesta heroica del príncipe Krak, llegado de Carintia, quien, al saber que un terrible dragón tenía atemorizaba a la población porque devoraba su ganado y a la propia gente, decidió acabar con él. Con la ayuda de sus hijos, arrojó en el interior de la caverna donde habitaba el monstruo una vaca rellena de azufre que el glotón dragón devoró en pocos minutos, muriendo envenenado. Su nombre, Krak, pero que el pueblo tradujo como Craco, dio origen al de la ciudad.

Hoy de la leyenda sólo queda la gruta del animal llamada, obviamente, “Antro del Dragón” y una estilizada figura en hierro que recuerda vagamente a la fiera y que, eso sí, arroja llamaradas de fuego puntualmente cada treinta segundos.

Pero pese a su limitado atractivo, éste es uno de los puntos más visitado y fotografiado de Cracovia. La explicación está en que aquí comienza el camino que conduce a la espectacular colina de Wawel, sin duda, el conjunto monumental más bello de la ciudad y, seguramente, de toda Polonia.

La segunda leyenda —ésta con mayor base histórica— no tiene como protagonistas a míticos dragones ni príncipes valientes, sino sencillos seres humanos. Parece que en el siglo XIII, cuando los tártaros se disponían a atacar la ciudad, un vigía desde lo alto de la iglesia de Santa María en la Plaza del Mercado de la Ciudad Vieja comenzó a tocar su trompeta para alertar a la población. Una certera flecha enemiga le atravesó la garganta e interrumpió dramáticamente su llamada. Hoy, setecientos años después, desde la misma torre se sigue interpretando cada hora en punto la melodía, la hejnat mariacki, una especie de toque de diana, que parece interrumpirse a la mitad. El vigía es ahora un bombero y su toque suena cuatro veces cada hora, asomándose hacia los cuatro puntos cardinales. El rito forma ya parte de la identidad nacional polaca y la llamada del mediodía se trasmite por radio a todo el país.

Anclada en el tiempo

El recuerdo de estas hazañas medievales no sorprende en absoluto en una ciudad que, toda ella, parece anclada en el tiempo. A los pies de la torre desde la que el vigía acaba de lanzar su señal de alerta, se desparrama la plaza medieval más grande del mundo, con doscientos metros de longitud por cada lado y en la que se unen los más dispares edificios y monumentos. El conjunto es bastante sorprendente, pero tremendamente uniforme. Las casas que bordean la plaza fueron edificadas en los siglos XIV y XV, pero luego sufrieron restauraciones en el XVII y XIX, por lo que resulta fácil encontrarse con fachadas neoclásicas, portadas de piedra renacentistas y viguerías y patios porticados de la época primitiva.

En el centro de la gran plaza se encuentra un original edificio de tonos amarillentos y también mezcla de distintos estilos. Se trata de la antigua Lonja de los Paños, cuya primera construcción fue ordenada por Casimiro el Grande, aunque después tuvo diversas ampliaciones. En su interior se encuentra hoy un animado mercadillo de artesanía y el piso superior acoge una sección de pintura polaca del Museo Nacional.

La Plaza del Mercado constituye por sí misma un auténtico museo, en el que no puede dejarse de visitar la Torre del Ayuntamiento, resto de la antigua Casa Consistorial demolida en el siglo XIX; la pequeña iglesia de San Adalberto, del siglo XI, que hoy se encuentra unos dos metros por debajo del suelo de la plaza y marca así el nivel original en que estuvo toda ella; el monumento a Adam Mickiewicz, el más grande poeta polaco de la época romántica, así como diversos palacios y lugares de interés.

Mención aparte merece la iglesia gótica de Santa María, el monumento más grande de la plaza. Está construido con ladrillos elaborados a mano y llama la atención sus dos torres con desigual terminación. Naturalmente, también aquí hay una leyenda que lo explica. Se dice que ambas torres eran levantadas por dos hermanos y que cada uno competía por llegar antes al cielo. Cuando uno de ellos terminó su torre, mató a su hermano para que éste no le superase. Sin embargo, los remordimientos no le dejaron disfrutar su triunfo y acabó arrojándose desde una de las ventanas de la torre. Para que sirviera de advertencia, el cuchillo con que mató a su hermano, fue colocado a la entrada de la Lonja de los Paños, donde todavía se encuentra.

Uno de sus atractivos más recientes es el moderno y didáctico Museo de la Ciudad, situado en los sótanos de la plaza que narra la vida de esta urbe.

Pero la Plaza del Mercado no es sólo uno de los lugares artísticos más interesantes de Cracovia; es además el más vivo. Con frecuencia en la amplia plaza de alzan mercadillos de flores, de libros, de artesanía, de antigüedades… También desde aquí parten los tradicionales coches de caballos que recorren el casco antiguo de la ciudad. Y por supuesto, en sus numerosas y amplias terrazas, en las que se sirven las gigantescas jarras de deliciosa cerveza polaca o los helados vasitos con vodka también polaco que, según los expertos es el mejor del mundo, se dan cita todo tipo de gentes, con gran predominio de los jóvenes; no en vano, la Universidad está a un paso.

Precursora en Europa

Cuando los jóvenes estudiantes de la Universidad de Cracovia hablan de los viejos tiempos, se refieren, realmente, a tiempos muy antiguos. Los orígenes de la Universidad Jagellónica —llamada así en honor del rey Ladislao Jagellón, que fue el gran mecenas de la institución— se remontan a 1364, cuando el rey Casimiro III el Grande fundó la Academia de Cracovia que, unos años más tarde, se transformó en universidad. Pocos eran los centros universitarios en aquella época. Sólo la Universidad de Praga y algunas en la Europa occidental son más antiguas que la de Cracovia. Conocida entonces como Collegium Majus, y hoy popularmente, como Alma Mater, ha permanecido en activo durante más de 600 años, incluso en los tiempos más difíciles de la convulsa historia polaca. Aquí estudió uno de los polacos más ilustres, Nicolás Copérnico, y el original de su conocida obra “De revolutionibus orbium Coelestium”, que conmovió los cimientos de la astronomía y de la religión en la época, es una de las joyas que se conservan en su biblioteca, junto a sus viejos instrumentos de cálculo. Otra es un antiguo mapamundi, de 1510 en el que por primera vez se insinúa el perfil de América.

También estudió aquí Goethe, y su célebre doctor Fausto —real o imaginario— paseó por sus aulas. En tiempos más recientes, un joven estudiante de lengua y literatura polaca hizo sus primeros ensayos como autor teatral. Su nombre: Karol Wojtyla, que hace unos años ha sido canonizado como san Juan Pablo II.

Hacia la colina de Wawel

Al otro lado de la Plaza del Mercado, parte la calle Grodzka, la principal de Cracovia, que es uno de los mejores caminos para llegar a la colina de Wawel y un muestrario histórico-arquitectónico de la ciudad, por sus residencias nobiliarias que todavía muestran en sus fachadas los escudos de armas de las familias aristocráticas del pasado y por las iglesias y colegios que se suceden en ella.

Al comienzo de la calle, dando a la Plaza del Mercado, en un bello edificio medieval, se encuentra el célebre restaurante Wierzynek, el más antiguo de Cracovia y, según muchos, el mejor de Polonia. Los precios están a juego con la categoría del local pero vale la pena, al menos, asomarse a verlo.

Lo ideal, antes de acometer la subida a Wawel y recorrer con detenimiento todos sus edificios, es presenciar el conjunto desde algunas de las orillas del Vístula, apreciando así su armonía. La colina de Wawel, en la que destaca la catedral con sus tres torres diferentes y el castillo, reflejándose sobre las tranquilas aguas del río, es la mejor perspectiva de Cracovia y, probablemente, una de las más espectaculares panorámicas de Europa. Es éste además un lugar muy popular. En las apacibles praderas que bordean el Vístula pasean las parejas, juegan los niños o se organizan pequeños pic-nics. Unas mesas de madera suelen ser lugar de cita de ancianos y también jóvenes que disputan interminables partidas de ajedrez. Un camino asfaltado, en fin, suele congregar a los ciclistas y patinadores.

El conjunto de la colina de Wawel goza de una rara armonía, pese a la diferencia de estilos de los edificios que lo componen. Ya los antiguos grabados de Cracovia mostraban una ciudad arropada en torno a una colina constelada de construcciones. En otros tiempos, había una pared de roca calcárea jurásica que caía a pico sobre el Vístula y en algunas de sus cavernas excavadas en sus paredes rocosas vivió el hombre paleolítico. Las primeras edificaciones defensivas se remontan al siglo VI, y la primera iglesia cristiana es del siglo IX.

Tras superar los 25 metros de altura que separan el río de lo alto de la colina, a través de un camino que ofrece bellas vistas sobre el Vístula y que suele ser amenizado por pequeños grupos folclóricos que interpretan música local, se abre la amplia explanada en la que destaca la irregular construcción de la catedral. Las primeras piedras de la iglesia se colocaron en el 1002 y desde entonces, prácticamente sin interrupción hasta 1937, se han ido haciendo ampliaciones, nuevas torres y capillas, remodelaciones y restauraciones. El conjunto, pese a ello o tal vez gracias a ello, respira una gran belleza.

El castillo real

Una doble puerta bajo un arco de grandes dimensiones comunica la explanada de la catedral con el patio del castillo. Tras la penumbra creada por el arco, la aparición de este patio se presenta como un destello de belleza. Con sus tres paredes con pórticos y galerías cubiertas, es uno de los más bellos ejemplos de la arquitectura del Renacimiento de inspiración italiana.

Tras la visita a la catedral y al castillo, vale la pena dedicar un tiempo a pasear por el amplio y acogedor recinto. Puede ser un buen momento para tratar de encontrar la mágica piedra czakram que, según la leyenda, ha permitido que la ciudad haya escapado de las destrucciones desde la invasión de los tártaros en 1241 y que incluso durante la Segunda Guerra Mundial, cuando casi todo el país fue destruido por los nazis, Cracovia se librase de forma casi milagrosa.

El barrio judío

No se puede abandonar Cracovia sin hacer una tranquila visita al Barrio Judío, Kazimierz, que conserva todo el encanto de los viejos tiempos y ahora está plagado de cafés y restaurantes de todo tipo Allí se pueden seguir las huellas de la célebre película “La lista de Schindler” de Steven Spielberg, ya que muchas de las escenas fueron rodadas en sus calles, incluso puede visitarse la antigua Fábrica de Schindler, hoy convertida en museo y sala de exposiciones y en cuyas puertas pueden verse las fotos de algunos de los judíos que libró de la muerte.

Más información:
Oficina Nacional de Turismo de Polonia
Princesa 3 dpdo, of 1310 – 28008 Madrid – España
Tel.: 91 541 48 08
https://www.polonia.travel/es

 

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